La victoria de Evo y las nuevas amenazas

domingo, 20 de diciembre de 2009

Ángel Guerra Cabrera

ALAI AMLATINA, 10/12/2009.- La resplandeciente victoria electoral de Evo
Morales expresa la fuerza moral de un gobierno hecho suyo y defendido
por una mayoría de bolivianos de casi todos los sectores. El presidente
no sólo resultó reelecto sino que su partido, el MAS, consiguió lo que
parecía imposible: la amplia mayoría parlamentaria de dos tercios
necesaria para instrumentar las leyes que permitirán dar vida a la
Constitución del Estado plurinacional y avanzar hacia la refundación del
país. Hay un dato revelador y es la abrumadora afluencia de electores,
ascendente a más del 90 por ciento de los registrados según cálculos
preliminares, algo con lo que no pueden ni soñar las llamadas
democracias avanzadas puesto que sus ciudadanos cada vez creen menos en
ellas; más relevante aún considerando la amplitud de un padrón electoral
que se acerca a la inclusión de toda la ciudadanía en edad de votar.
Ello es una prueba de la creciente participación política en el país
andino, particularmente de sus pueblos indios, muchos de cuyos
integrantes no existían legalmente hasta la llegada de Evo al gobierno y
por lo tanto no ejercían el derecho al sufragio, pues durante siglos
fueron marginados y privados de todos sus derechos.

Digan lo que digan los pulpos mediáticos, los avances económicos,
políticos y sociales de Bolivia demuestran que Evo ha hecho un excelente
gobierno, caracterizado, eso sí, por la defensa de la soberanía nacional
y de los intereses de las mayorías, que así lo reconocen como lo prueba
la copiosa votación que recibió, casi diez puntos por encima de cuando
fue electo por primera vez. ¿Cuántos presidentes pueden presumir un
respaldo igual? Esta victoria, como apuntó el propio Evo, no es sólo de
Bolivia sino de todas las fuerzas y gobiernos antimperialistas y
seguramente constituirá una fuente de inspiración, de enseñanzas y un
gran estímulo para movimientos populares e indígenas de otros países de
la región que aún no han logrado colocar en la presidencia a uno de los
suyos e iniciar un proceso de cambios. Lo mismo puede decirse de los
gobiernos progresistas, cuyos pueblos y líderes reciben como propia la
noticia de este triunfo.

Pero pongamos los pies sobre la tierra. Ni Estados Unidos ni las
oligarquías se resignan a estos tiempos nuevos de nuestra América y si
no aceptan ni moderadas reformas mucho menos van a cruzarse de brazos
ante la consolidación de los procesos revolucionarios en Venezuela,
Ecuador y Bolivia ni perdonar a Cuba su carácter de pionera y su apego a
los principios revolucionarios. El golpe de Estado en Honduras es el
precedente creado por Washington para interrumpir por la fuerza los
procesos de cambios sociales y político por vía electoral en América
Latina. Ahora el imperio afirma cínicamente, a coro con sus más
estrechos aliados en la región que condena el golpe pero reconoce las
“elecciones” organizadas por el gobierno golpista con candidatos
golpistas, arbitradas por instituciones golpistas en un país bajo toque
de queda y donde la mayoría de los electores no concurrió a votar
precisamente por considerar ilegítimo el chanchullo montado por la
dictadura.

Es muy importante que la cumbre del Mercosur se haya pronunciado
categóricamente por no reconocer ese circo y pidiera de nuevo el
restablecimiento del orden constitucional en Honduras. Allí Hugo Chávez
dijo lo que muchos pensamos. De modo que si en Venezuela –señaló- hay
mañana un golpe de Estado y luego los golpistas organizan unas
elecciones, países como Colombia y Perú reconocerían al gobierno surgido
de ellas. Allí está la paradoja a que nos enfrentamos en América Latina
donde la elección de Barak Obama a la presidencia de la potencia del
norte levantó la esperanza de una relación más respetuosa y menos
agresiva del imperio con América latina y resulta que menos de un año
después hemos visto el retorno del golpismo y que con el pretexto de la
lucha contra el narcotráfico y el terrorismo nos van a llenar de bases
militares yanquis y planes de militarización en los países con gobiernos
serviles como los de Colombia, Perú y Panamá. Si el restablecimiento de
la IV Flota era motivo sobrado de alarma, estas acciones militaristas y
subversivas constituyen una gravísima amenaza a la soberanía
latinoamericana y vienen a reforzar la situación de cerco, militar y
mediático, en que el imperio intenta colocar a los gobiernos
progresistas de América del sur y central y a todas las fuerzas
revolucionarias de la región.

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